Entre el cielo de Vicente Huidobro y el infierno de Arthur Rimbaud, el poeta boliviano Eduardo Mitre (1943) se queda en la tierra, y en ella se ubica con las dos caras que vislumbra en su ejercicio poético: de una parte, el lado elegíaco que nace de la nostalgia, la experiencia del tiempo y del olvido; de otra, la cara celebratoria en el cuerpo del amor y del erotismo.
De su nexo con México, de sus ''compañeros de viaje" Fernando Pessoa y Octavio Paz; de su cercanía con José Juan Tablada y Xavier Villaurrutia; de la difusión que ha impulsado de la poesía boliviana contemporánea, ''desdeñada injustamente"; de sus propios poemas que no sólo miran con entusiasmo un árbol, un crepúsculo o una silla sino que se indignan de lo sucedido en Bosnia y Colombia, Chechenia y Chiapas, platica el hacedor de Ferviente humo, Líneas de otoño, Mirabilia y El árbol y la piedra, poetas contemporáneos de Bolivia, entre otros títulos.
Su poesía está relacionada con el deslumbramiento, el origen del poema es siempre una experiencia previa. En los poemas se expresa un asombro frente a la realidad, como señala Octavio Paz: el olvidado asombro de estar vivo. Así que Mitre adhiere al asombro frente al mundo, las cosas, los seres y los encuentros que se traducen en el lenguaje.
La obra poética personal de Eduardo Mitre, que contiene Morada, Mirabilia, El peregrino y la ausencia y Caminos de cualquier parte, hablan de la evocación de muertos queridos, de objetos y alimentos cotidianos, de la exaltación del amor, de ausencia y de olvido, son poemas que es posible escucharlos o leerlos, según el soporte escogido, y también escuchar leyendo o leer escuchando.
En sus libros habla de la humildad de la escritura, Mitre está al servicio del lenguaje, utilizado para expresar con intensidad la experiencia privilegiada que es la poesía, como el amor. Y que mejor manera de conocer a Mitre que releyendo alguno de sus versos:
"Deseo escribir una loa/ en honor de tu sexo/Nido oculto entre la fronda/y las lomas de tu cuerpo."
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