Lo confieso, me enganchó Kafka en la orilla desde la primera página. No siempre me pasa, de hecho, casi nunca me dio un flechazo así por un escritor. Roger Wolfe y Murakami. Gracias por esos momentos. Seguro que Murakami tiene errores y qué, me lo pasé muy bien y reflexioné, que en estos tiempos que corren no es fácil.
Kafka Tamura me recordó a Cosimo, aquel adolescente agarrado a un árbol en el Barón rampante. Kafka se escapa de su casa a los 15 años en busca de su identidad, a diferencia de Cosimo que se “escapa” por orgullo. Murakami engancha al lector con maestría, con leves pinceladas embriagadoras que obligan a pasar páginas. Dos historias que terminan uniéndose con maestría. Realidad y fantasía, sueños y magia, elementos simples para trasladarse al Oriente.
Amor, muerte, amistad, sexo, familia, todo está en Kafka en la Orilla. Murakami nos describe Japón, nos acerca a su país, recorremos un viaje a lo largo de sus casi 600 páginas. Con Kafka Tamura pasamos a ser adultos. No hay nada que pueda describir mejor este libro que la frase que se repite a lo largo del mismo: "la vida es una metáfora”.
Resumen: Kafka Tamura se va de casa el día en que cumple quince años. Los motivos, si es que los hay, son las malas relaciones con su padre -un famoso escultor convencido de que su hijo repetirá el aciago sino del Edipo de la tragedia clásica- y la sensación de vacío producida por la ausencia de su madre y su hermana, que se marcharon también cuando él era muy pequeño. Sus pasos le llevarán al sur del país, a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca y conocerá a la misteriosa señora Saeki. Si sobre la vida de Kafka se cierne la tragedia (en el sentido clásico), sobre la de Satoru Nakata ya se ha abatido: de niño, durante la segunda guerra mundial, sufrió un extraño accidente del que salió con secuelas, sumido en una especie de olvido de sí, con dificultades para comunicarse... salvo con los gatos. A los sesenta años abandona Tokio y emprende un viaje que le conducirá también a la biblioteca de Takamatsu. Así, las vidas y destinos de los personajes se van entretejiendo en un curso inexorable que no atiende a razones ni voluntades. Pero, a veces, hasta los oráculos se equivocan.
Kafka Tamura me recordó a Cosimo, aquel adolescente agarrado a un árbol en el Barón rampante. Kafka se escapa de su casa a los 15 años en busca de su identidad, a diferencia de Cosimo que se “escapa” por orgullo. Murakami engancha al lector con maestría, con leves pinceladas embriagadoras que obligan a pasar páginas. Dos historias que terminan uniéndose con maestría. Realidad y fantasía, sueños y magia, elementos simples para trasladarse al Oriente.
Amor, muerte, amistad, sexo, familia, todo está en Kafka en la Orilla. Murakami nos describe Japón, nos acerca a su país, recorremos un viaje a lo largo de sus casi 600 páginas. Con Kafka Tamura pasamos a ser adultos. No hay nada que pueda describir mejor este libro que la frase que se repite a lo largo del mismo: "la vida es una metáfora”.
Resumen: Kafka Tamura se va de casa el día en que cumple quince años. Los motivos, si es que los hay, son las malas relaciones con su padre -un famoso escultor convencido de que su hijo repetirá el aciago sino del Edipo de la tragedia clásica- y la sensación de vacío producida por la ausencia de su madre y su hermana, que se marcharon también cuando él era muy pequeño. Sus pasos le llevarán al sur del país, a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca y conocerá a la misteriosa señora Saeki. Si sobre la vida de Kafka se cierne la tragedia (en el sentido clásico), sobre la de Satoru Nakata ya se ha abatido: de niño, durante la segunda guerra mundial, sufrió un extraño accidente del que salió con secuelas, sumido en una especie de olvido de sí, con dificultades para comunicarse... salvo con los gatos. A los sesenta años abandona Tokio y emprende un viaje que le conducirá también a la biblioteca de Takamatsu. Así, las vidas y destinos de los personajes se van entretejiendo en un curso inexorable que no atiende a razones ni voluntades. Pero, a veces, hasta los oráculos se equivocan.