El pasado 17 de octubre fue el Día Internacional para la erradicación de la pobreza. Más de tres mil millones de personas en el mundo, es decir, la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares diarios. La línea que separa ricos y pobres cada vez se agiganta más. Dentro y fuera de nuestras fronteras la pobreza está ahí. Al escuchar en los medios de comunicación la celebración de este día, la cabeza me dibujó una imagen que veo todas las noches cuando regreso a casa después de salir de trabajar. En el trayecto de vuelta a casa paso todos los días por un supermercado, siempre me llamó la atención, haga frío o calor, como un grupo de unas 15 personas esperan sentadas en los bancos cercanos al cierre del dicho supermercado. Nunca le di ninguna importancia.
Hasta que un día presencié in situ como una empleada de dicho supermercado se dirigía con un carro lleno de alimentos en mal estado, caducados hacia unos cubos de basura. Al mismo instante, a su vera, se arremolinaban niños, ancianos, inmigrantes, amas de casa, vagabundos, gente necesitada que no disimulaba su necesidad y pelea por recoger los alimentos que allí deposita dicho supermercado. En breves segundos los alimentos allí abandonados desaparecen, sin no antes escuchar gritos, discusiones e incluso peleas.
La imagen de ver a personas, y recalco lo de personas humanas, recogiendo desperdicios de grandes supermercados nos debería servir para replantearnos que no todo debe ser tan bonito como afirman nuestros políticos y que algo debemos estar haciendo mal. La extrema pobreza, aquella que no permite alimentarse a un ser humano con las calorías suficientes y necesarias, recomendadas por los expertos alimenticios, es un mal que en el siglo de las nuevas tecnologías no está solucionado. Y no hace falta irse a otros continentes para observarlo, Aquí, en España, en el primer mundo, miles de personas no llegan a fin de mes y se ven obligadas a mendigar por los cubos de basura en busca de alimentos que otros ciudadanos abandonan en los cubos o vertederos de basura.
Hasta que un día presencié in situ como una empleada de dicho supermercado se dirigía con un carro lleno de alimentos en mal estado, caducados hacia unos cubos de basura. Al mismo instante, a su vera, se arremolinaban niños, ancianos, inmigrantes, amas de casa, vagabundos, gente necesitada que no disimulaba su necesidad y pelea por recoger los alimentos que allí deposita dicho supermercado. En breves segundos los alimentos allí abandonados desaparecen, sin no antes escuchar gritos, discusiones e incluso peleas.
La imagen de ver a personas, y recalco lo de personas humanas, recogiendo desperdicios de grandes supermercados nos debería servir para replantearnos que no todo debe ser tan bonito como afirman nuestros políticos y que algo debemos estar haciendo mal. La extrema pobreza, aquella que no permite alimentarse a un ser humano con las calorías suficientes y necesarias, recomendadas por los expertos alimenticios, es un mal que en el siglo de las nuevas tecnologías no está solucionado. Y no hace falta irse a otros continentes para observarlo, Aquí, en España, en el primer mundo, miles de personas no llegan a fin de mes y se ven obligadas a mendigar por los cubos de basura en busca de alimentos que otros ciudadanos abandonan en los cubos o vertederos de basura.